Una madre
Cuando murió la princesa Alice, William Gladstone tuvo que informar al Parlamento y ofrecer la causa de aquel fallecimiento ocurrido en el seno de la familia real durante el reinado de la reina Victoria, a finales del XIX. El primer ministro explicó que la hija de la princesa había tenido difteria; que los médicos le habían aconsejado no acercarse a la niña, evitar todo contacto con ella ya que la enfermedad era muy contagiosa, pero que un día, ya próxima la criatura a su fin, llamó a su madre llorando y jadeando pidiéndole que le diera un beso, y la princesa Alice no se había podido negar sino que acudió junto a su hija, la abrazó y la besó repetidas veces olvidándose de todo ante el dolor de su niñita, y entonces Alice se contagió.
En la sala de los comunes se hizo un gran silencio, y Gladstone, con lágrimas en los ojos, terminó su explicación diciendo: ‘Señores, la princesa Alice ha muerto a consecuencia de un beso’. (P. Celdrán)
El valor preferido
Los habitantes de Yongzhou son excelentes nadadores. Una vez, el agua del Xiangshui subió repentinamente; una barca que transportaba a cinco o seis personas zozobró en medio del río. Haciéndole frente al peligro, los pasajeros nadaron hacia la orilla. Uno de ellos parecía no avanzar a pesar de nadar con todas sus fuerzas. Sus compañeros le dijeron:
– Tú eres mejor nadador que todos nosotros, ¿por qué te quedas atrás?
– Porque tengo mil monedas amarradas en mi cinturón, y eso pesa – contestó él.
– ¿Por qué no las tiras? – le dijeron los otros.
Sacudió la cabeza sin contestar, pero el cansancio lo invadía. Los que ya habían llegado a la orilla le gritaron: – ¡Eres un tonto, no te empecines! ¡Vas a ahogarte! ¿Y entonces de qué te servirá el dinero?
De nuevo sacudió negativamente la cabeza. Poco después el agua se lo tragaba. (Liu Zongyuan)
Héroes de guerra
Desde lejos, los presidentes y los generales mandan matar. Ellos no pelearán más que en las reyertas conyugales. No derramarán más sangre que la de algún tajito al afeitarse. No respirarán más gases venenosos que los que escupe el automóvil. No se hundirán en el barro, por mucho que llueva en el jardín. No vomitarán por el olor de los cadáveres pudriéndose al sol, sino por alguna intoxicación de hamburguesas. No los aturdirán las explosiones que despedazarán gentes y ciudades, sino los cohetes que celebrarán la victoria. No les acosarán el sueño los ojos de sus víctimas. (E. Galeano)
El ciego y el cojo
Cierto país fue invadido por el enemigo. Cuando un cojo se lo comunicó a un ciego, éste se cargó al cojo a sus espaldas y escaparon juntos. Lo hicieron aprovechando lo mejor de cada uno. (Huai Nan Zi)
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