Estuve en la ciudad desde el sábado,
me trajo la urgencia.
Se nos fundió la tarjeta de video de la computadora,
y Ojalá se detuvo.
Aquí no se venden esas tarjetas.
Ay de la compañía que lo haga.
Multas millonarias contra ellos.
Tampoco podemos encargarlas,
por supuesto desde Cuba.
Ese es nuestro defecto:
vivimos donde no debemos.
Por vivir donde nacimos somos malos,
somos cómplices y, para colmo, somos bobos.
La estupidez de vivir en nuestro propio país
nos dificulta crear escuelas de música y estudios de grabación.
Mucho más sostenerlos.
¿A qué condenado se le ocurre mejorar
siquiera la parte del panorama profesional
que le corresponde?
Lo que hay que hacer es irse.
Si es ilegalmente, mejor.
Para algunos,
la única forma de legitimar un proyecto
es descalificando lo que sea que haya ocurrido
en el último medio siglo en Cuba.
Nos castigan porque nos quieren mucho.
Sufren de vernos padecer en esta isla maldita.
Por eso nos aprietan tuercas.
Para que aprendamos a ser mejores cubanos desde afuera.
Y toman medidas para aislarnos a los que ya éramos isleños.
¿Por qué las toman?
Porque son los más ricos, los más bellos, los más felices.
¿Por qué contra nosotros?
Porque nos consideran lo contrario.
¿Quiénes aplauden?
Los que suspiran por parecerse a ellos.
Por suerte siempre hay manos
que logran escapar de ese mundo libre.
Benditas.
Somos un país que se dedicó a alfabetizar,
a construir universidades de médicos y artistas.
Y ahora pretenden hacer ver que nos gusta
tener pianos sin cuerdas y vientos sin zapatillas.
Vaya
Silvio Rodríguez
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