El coronavirus genera incertidumbre. Y la incertidumbre genera miedo. Nuestra mente prefiere la certeza aunque sea de noticias malas, a la incertidumbre de una posible noticia positiva.
Pero, sobre todo, la incertidumbre produce terror al dinero. Las bolsas (‘termómetros de los ricos’) se descontrolan, se frenan las inversiones, bajan las ganancias. Y cuando el todopoderoso “dios Dinero” siente miedo, de inmediato los gobiernos e instituciones tiemblan, las grandes empresas se achantan, el petróleo se deprecia…
Con motivo del ‘coronavirus’ se anulan eventos de todo tipo, se cierran temporalmente centros públicos, estadios y colegios, se adoptan medidas inusuales, y también se aprovecha para asustar y manipular a poblaciones enteras hasta llegar al ridículo.
De poco sirven las sensatas observaciones de los científicos en contra de las alarmas propagadas a través de los medios. No es el primer caso ni la primera vez que sucede en la historia. De ahí el interrogante ¿a qué viene todo esto…?
Es de agradecer a las personas que, desde el país en que viven, hacen una lectura sensata sobre las incongruencias entre el tratamiento que se está dando al coronavirus y el que se da a otras enfermedades y graves problemas existentes en su nación. Algo así hace el historiador Pedro Luis Angosto desde España en su artículo “El coronavirus y la sociedad de la mentira global”. (*)
Comenta que en 2019 se registraron en España 277.000 casos de cáncer y la Organización Mundial de la Salud se quedó callada y no denunció los precios altísimos de los tratamientos para esa enfermedad, ni condenó el reparto mafioso de los mismos por parte de los grandes laboratorios.
Que en 2019 murieron en España por accidente laboral casi setecientas personas y miles resultaron heridas de gravedad por causa de la precariedad laboral, jornadas interminables, escasas medidas de seguridad y explotación, pero ningún organismo estatal ni mundial alertó sobre el deterioro de las condiciones de trabajo ni esas víctimas abrieron los noticieros.
Que en 2019, seis mil españoles murieron de gripe, una enfermedad tan común como el sarampión que mata todos los años a miles de personas en África sin que la OMS exija que se aporten las vacunas necesarias -que son muy baratas- para evitar ese genocidio silencioso.
Que en 2018, más de cuarenta mil personas murieron en España por la contaminación ambiental, ochocientas mil personas en la Unión Europea y casi nueve millones en el mundo, aparte de los millones y millones que padecen enfermedades crónicas por esa causa. ¿Y qué…?
Que en 2017 más de seis millones de niños murieron de hambre en el mundo mientras en los países occidentales se tiran a la basura toneladas y toneladas de alimentos… y ningún informativo ni otro medio insiste machaconamente en esa tragedia.
Todo eso contrasta con el coronavirus, una enfermedad que no arroja datos alarmantes ni se expande al ritmo de otras grandes epidemias, que causa neumonía y tiene una incidencia mortal menor al dos por ciento, pero es ensalzado por los medios de comunicación de todo el mundo y las redes sociales como el problema más terrible que ha azotado al mundo desde la edad media. El coronavirus ocupa las portadas de noticieros, periódicos y redes sociales de forma reiterativa hasta la saciedad… Se trata de alimentar el bicho del miedo a escala global con fines estrictamente políticos y económicos, como si fuera el fin del mundo y no una enfermedad normal.
¿Por qué será que unos problemas se vuelven muy graves y otros más dañinos resultan insignificantes? Dice una viñeta de El Roto: “Sabemos todo sobre el virus menos el origen y el fin”.
La ventana del mochuelo
(*) Refer. Nueva Tribuna / Pedro Luis Angosto
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