Navidad 2020, una navidad diferente
Llegó el Covid y mandó parar. Limitó luces, fiestas, cotillones, comensales, horarios… Una verdadera ofensa para el capitalismo y su Gran Fiesta del Consumo.
Y hace que experimentemos la soledad: nos encierra, nos confina, nos aísla, nos prohíbe reunirnos, besarnos y abrazarnos.
Hasta nos hace pensar: ¿Salud o Fiestas? ¿Economía o salud? ¿Consumismo o vida? ¿Libertad individual o bien común?
Ha ocasionado un contratiempo al no dejarnos celebrar la tradicional Navidad con los seres más queridos: ¿Para celebrar qué y cómo…? ¿Con los más queridos…? ¿Y los queridos hospitalizados y aislados…?
Resulta realmente molesto que un simple virus nos cambie el rumbo y las costumbres. Encima nos hace sentir vulnerables y expuestos a lo imprevisible. Nos tacha de insensibles con las personas muertas que reducimos a estadísticas. Y fastidia con su insistente recuerdo de no ser casual, sino fruto de nuestro maltrato a la naturaleza. No cesa de señalarnos. ¡Qué fastidio!
Para colmo, sus mensajes satíricos: ¿Van a permitir los seres humanos que este sufrimiento colectivo sea en vano? ¿Lo único que les preocupa es que llegue la vacuna y poder olvidar todo esto? ¿Qué entienden por responsabilidad? ¿Qué tontería es esa de ‘salvar la Navidad’? ¿Volver a la normalidad significa volver a las andadas, a las mismas relaciones con la naturaleza y al mismo tipo de sociedad perversa? ¡Allá ustedes!
Una incógnita: ¿Cómo nos felicitaremos las navidades este año? ¿Quizás diciendo con retintín ‘felices pascuas’? ¿Seguirá siendo nuestro mayor deseo un ‘próspero’ año nuevo?…
En esas, vino a la mente un conocido microrrelato de Galeano en su Libro de los abrazos. Se titula precisamente ‘Nochebuena’:
Fernando Silva dirige el hospital de niños, en Managua.
En vísperas de Navidad, se quedó trabajando hasta muy tarde. Ya estaban sonando los cohetes, y empezaban los fuegos artificiales a iluminar el cielo, cuando Fernando decidió marcharse. En su casa lo esperaban para festejar.
Hizo una última recorrida por las salas, viendo si todo quedaba en orden, y en eso estaba cuando sintió que unos pasos lo seguían. Unos pasos de algodón: se volvió y descubrió que uno de los enfermitos le andaba detrás. En la penumbra, lo reconoció. Era un niño que estaba solo. Fernando reconoció su cara ya marcada por la muerte y esos ojos que pedían disculpas o quizá pedía permiso.
Fernando se acercó y el niño lo rozó con la mano:
–Decile a… –susurró el niño–. Decile a alguien, que yo estoy aquí.
Con nuestros mejores deseos,
(Viñeta de eneko)
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