Asomarse a la ventana y observar, escuchar y estremecerse. Puede suceder.
Ver multitud de turistas que siguen vengándose del Covid, viajando y festejando más que nunca. Cobrándose deudas festivas atrasadas. Invadiendo playas y costas.
Las mismas costas, por cierto, a las que no cesan de llegar cadáveres de migrantes pobres, centenares de cadáveres, durante este verano, de personas que huían de la muerte y de la miseria, sin saber que tenían prohibido vivir.
Y por la ventana llega el recuerdo del admirado Ramón Lobo: “El número de vidas que se traga el mar es incalculable. Las tripulaciones de los barcos de rescate se sienten frustrados al ser criminalizados por ser rescatadores; hay pactos con Libia para devoluciones en caliente; mafias que se enriquecen; obstáculos numerosos que entorpecen los rescates y que van en contra de la legislación de refugiados, de la declaración de derechos humanos y del derecho humanitario, de la legislación marítima internacional; refugiados recluidos en centros y torturados… Esto pasará a la historia como los campos de exterminio. En este mundo rico que está enfadado porque hay restricciones durante la pandemia.”
Y escuchar por la ventana estruendos de guerra. Esta vez desde Yemen. Esa maldita guerra liderada por Arabia Saudí con su coalición (Emiratos Árabes, Kuwait, Bahréin, Catar, Sudán, Egipto, Jordania y Marruecos, además del apoyo logístico de Estados Unidos y Gran Bretaña). Son países superconocidos, son los del petróleo, los que compran los grandes eventos deportivos, los que se adueñan de los equipos europeos sobresalientes y de los futbolistas más caros.
Más de 11.000 niños han perdido la vida o han resultado heridos en Yemen desde el comienzo de la guerra en 2014, según UNICEF. El 80% de la población necesitan ayuda humanitaria, la mitad son niños y niñas. En Yemen, los niños y niñas que se mueren de hambre no lloran. Sus cuerpos diminutos no pueden malgastar su energía en lágrimas. En vez de eso, usan cada caloría restante en que sus órganos sigan funcionando. La mayor parte de las instalaciones médicas han sido destruidas u obligadas a cerrar. Son cosas de las guerras, de esas guerras que están tan lejos.
Y percibir el humo de miles de incendios en el planeta. Otro símbolo del cambio climático. Clama el viejo José Mojica: “Hay otro fantasma en la puerta de la historia venidera: el holocausto ecológíco. Porque esta civilización se basa en el crecimiento y en la multiplicación del consumo continuo en masa. Pronto seremos 8.000 millones. Y la economía del mundo creció más o menos 40 veces desde 1950 y en los próximos 50 años tendrá que crecer 200 veces.
Pero el mundo no es infinito, la tierra no es infinita, los recursos son acotados, no se puede hacer cualquier cosa… Es como si preparáramos una sartén para freírnos.
Hace más de 30 años que sabemos lo que pasa y hace más de 30 años que los hombres de ciencia dijeron lo que había que hacer. Y por impotencia política caminamos por diversos caminos al desastre. Vaya animal estúpido, que sabe lo que pasa y tiene la debilidad política de no defender la vida para sus nietos. Esa es la tragedia para las generaciones que vienen.”
Y observar por la ventana las artimañas de los medios de comunicación. Explica Soledad Gallego-Díaz que la cadena de televisión Fox, tradicional apoyo de Donald Trump, ha llegado a un acuerdo para pagar 785 millones de dólares a una empresa especializada en recuento de votos a la que acusó de hacer trampas para perjudicar al candidato Trump en las últimas elecciones. Fox reconoce así que algunos de sus periodistas mintieron. Es una pena que el caso se haya resuelto finalmente con un acuerdo entre abogados y no en un tribunal, porque la justicia hubiera dado los argumentos que existen para que un medio de comunicación no pueda mentir a sabiendas de que lo está haciendo…

Los presentadores mentirosos se defendían alegando que ellos se limitaron a reproducir lo que ya corría por las redes. Pero lo que corría por las redes era mentira y ellos lo sabían perfectamente. Por eso, y porque Fox es un medio de comunicación tradicional, se le pudo llevar a los tribunales. Pero conste que, hoy por hoy, a quien no hay manera de llevar ante la justicia es a esas redes, Facebook, Twitter o TikTok, empresas a través de las que se pueden difundir las mentiras miles de millones de veces sin que a ellos les pase nunca nada.
La ventana del mochuelo
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