Tal y como pintan la situación económica, política, climática y social, son muchas las personas que buscan algún tipo de consuelo. Vale. Se puede intentar, aunque pueda parecer broma.
Dizque en países acostumbrados a las asonadas, los golpes de Estado, las matanzas y la violencia institucionalizada, ahora los bulos y las posibilidades tecnológicas de la mentira ejercen una labor social encomiable. Que los poderes conservadores y sus secuaces puedan defenderse a golpe de mentiras, si necesidad del empleo de armas, es una suerte y sirve de consuelo. Al fin y al cabo, las mentiras, aunque sean ‘armas de destrucción masiva’, siempre matan más lentamente que las pistolas.

Hablando de mentiras. Sabemos lo molestos que resultan los bulos, las mentiras repetidas a diario, los periódicos que convierten sus portadas en estercoleros, sus impactos a través de titulares malintencionados, los peligros que suponen las redes con su gazpacho de insultos, paparruchadas y embelecos. Pero también es verdad, y eso sirve de consuelo, que ya los vamos conociendo, así como sabiendo la capacidad crítica de sus seguidores.
Además, y también puede dar consuelo, hay un valor democrático en el uso actual de las mentiras. Antes hacían falta siglos para fomentar una leyenda religiosa o grandes poderes mediáticos que dominaran la opinión social. Hoy cualquiera puede fundar una superstición comunicativa en cinco minutos. Y es bueno sentirse creyente en época de incertidumbre. Así que valoremos los beneficios de este panorama mediático dominado por la embustería. Ya decía Maquiavelo: “Nunca intentes ganar por la fuerza lo que puede ser ganado por la mentira”.
Da consuelo reconocer que la vida no es perfecta. A veces molesta el despertador, o la temperatura del agua de la ducha, o que la dieta impida comer más de lo que nos gusta, o que esté lloviendo o haciendo un calor sofocante… La vida no es perfecta, por eso conviene mucho desconfiar de los que nos prometen la perfección, subidos a la tribuna de la verdad y el paraíso.
Igualmente produce consuelo saber que la vida tampoco es una catástrofe. No es un infierno que suene el despertador. No, no todo está mal, no todos los gobernantes han perdido la vergüenza, la lluvia no es siempre el diluvio universal, ni el sol de julio parece una invitación al desierto. Conviene desconfiar de los atronadores y los catastrofistas.
Luis G. Montero completa estos comentarios: La vida, claro, tiene sus conflictos, pero es bueno alejarse, sobre todo en época electoral, de los que prometen la perfección o pregonan la catástrofe. Pretenden que renunciemos a salir, que renunciemos a la calle, por desilusión o miedo, porque la vida no es tan perfecta como desearíamos o porque es mejor esconder la cabeza bajo la almohada. Así que conviene levantarse, ducharse, desayunar, salir a la calle, dar los buenos días y seguir tomando decisiones sobre la vida, nuestra vida.
A lo mejor, leer cosas así puede incluso proporcionar algún tipo de consuelo.
(Refer. Luis García Montero en El País 19/6/23 y en Hoy por hoy Cadena SER 20/6/23)
interesantísimo tema el de las mentiras y los consuelos y el de seguir viviendo y no perder la ilusión de transformar la realidad que nos rodea. Dentro de un rato saldrá a pasear por la Feria y a disfrutar de ella, regocijándome en las caras de los niños y niñas, de los padres y de los abuelos, mientras suben a los caballitos o al trenecillo. Mañana será otro día.