Desde lejos le vio venir y, sin saber por qué, recordó al pistolero de La chica del trombón: ‘Cuando uno no va a ninguna parte todos los caminos conducen a ese lugar’.
Al acercarse supo, por sus pasos animosos y sin titubeos, que este andariego sí se dirigía a un destino determinado. Instintivamente su caminar generaba esperanza.
Tras saludarle y ofrecerle un vaso de agua, consideró que Camilo, ese era su nombre, podía ser la persona ideal para plantearle sin más una vieja inquietud.
-Disculpe mi atrevimiento, le veo animoso en su caminar. Tal vez usted sea una persona animosa en la vida, de las que tienen esperanza en un cambio social, en un cambio a mejor, y creen que se puede hacer algo realmente para ese cambio. Discúlpeme.
Curiosamente, el caminante no se alteró con la interrupción ni con la pregunta. Su sonrisa daba a entender que se detenía con gusto.
-Bueno, usted sabe…, podemos lo que podemos para conseguir ese cambio. Creemos que es posible y lo defendemos a nivel personal y grupal. Cada cual colabora en su medida. Eso sí, preferimos hacerlo con los ojos bien abiertos. Usted me llama caminante animoso y efectivamente me dirijo a un encuentro; yo espero llegar, aunque lo más bonito es que lo estoy intentando.
Mantuvieron una breve conversación. Sorprendían las expresiones del pasajero casi siempre en plural, como si caminara en grupo.
Fue una charla aleccionadora. La esperanza empuja al caminante. Su único objetivo no es conseguir la meta, también es hacer el camino. Y el cambio, como el camino, es posible si se va haciendo, aún en medio de la niebla. También es difícil confiar en una semilla que no se ve y que quizás ni se sabe exactamente dónde se sembró…
Además, la esperanza en el cambio se fortalece a la vista de las enormes contradicciones e injusticias del sistema. ¡Qué futuro tiene un sistema corrupto de permanecer para siempre!
El caminante había correspondido generosamente a su inquietud de una manera práctica. El cambio es posible y el camino también. De eso se trata, de caminar con los ojos de la cara y de la conciencia bien abiertos y que el corazón empuje.
No somos dueños del destino, pero somos seres vivos que caminamos y amamos la vida. Es por eso que el camino tiene sentido en sí mismo más que la meta.
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