
Todos los días son días de aprender. ¿Sabe que existe un Día de las personas desaparecidas?
Una lista siniestra cruza inmediatamente nuestras mentes: desparecidos por catástrofes, migrantes tragados por el mar, innumerables desapariciones por represión policial o militar…
Fue en 2010 que la ONU declaró el 30 de agosto ‘Día Internacional de las Víctimas de Desapariciones Forzadas’. Según Naciones Unidas, cientos de miles de personas han desaparecido durante conflictos o períodos de represión en al menos 85 países de todo el mundo.
Es vieja costumbre de los gobiernos totalitarios encubrir las cifras de desapariciones o anunciarlas con paliativos y rodeadas de incertidumbre para restarles gravedad.
Se definen como personas en paradero desconocido, sin que se sepa si viven o no. Pero lo cierto es que esas víctimas de desaparición corren grave peligro de sufrir tortura y otras violaciones o incluso asesinato, al quedar completamente fuera del amparo de la ley.
Es mucho más que una violación de los Derechos Humanos. La desaparición forzada se usa a menudo como estrategia para infundir el terror en los ciudadanos. La sensación de inseguridad que esa práctica genera no se limita a los parientes próximos del desaparecido, sino que afecta a su comunidad y al conjunto de la sociedad.
Con la desaparición, el duelo se complica por la angustia de no saber si la persona está viva o muerta o, si la evidencia apunta a una muerte, cómo murió, quién fue su verdugo, qué vejaciones sufrió, dónde está su cuerpo…
Se han convertido en un problema mundial. Las desapariciones forzadas, que en su día fueron producto de las dictaduras militares, se continúan perpetrando hoy en situaciones de conflicto interno, como método de represión política de los oponentes.
Hay cifras históricas ya emblemáticas en Latinoamérica: las 30.000 personas desaparecidas durante la dictadura argentina de Videla, las 83.000 desaparecidas durante el conflicto armado en Colombia, las 40.000 desapariciones en México desde 2006, y así decenas de miles de desapariciones forzadas a lo largo de toda América Latina.
Lo más grave y bochornoso es que esto siga sucediendo actualmente en países supuestamente democráticos. Por ejemplo, más de 80.000 personas desaparecen cada año en Brasil. O, por ejemplo, las desapariciones ocurridas en Colombia en estos últimos tres meses.
En el 2002 el escultor y pintor Fernando Botero elaboró un cuadro al que denominó «Río Cauca»1, en el que se ven cadáveres putrefactos que flotan en el río rodeados de buitres. Botero dijo sentir la obligación moral de retratar la crítica y terrible realidad de su país.
Casi 20 años después, se reviven esas terribles imágenes y ese profundo dolor del cuadro de Botero. De nuevo, así están apareciendo los desaparecidos en Colombia. Se calculan que son 548 las personas desaparecidas desde abril. Numerosas denuncias señalan a la policía en complicidad con civiles armados contra quienes participan en las protestas. Desde hace varias semanas aparecen en los ríos, principalmente en el río Cauca, y en zonas de movilización social, cuerpos de jóvenes asesinados y descuartizados, muchos de ellos en bolsas plásticas, jóvenes a quienes se habían denunciado como desaparecidos en medio de las protestas.
Esto pasa en el Estado colombiano que se ufana de ser democrático y respetuoso de los derechos humanos. Salir a ejercer el derecho a la protesta es peor que ir a la guerra y, aunque el gobierno intenta desviar la atención, la población vive en trance de desprotección absoluta. Por eso, su resistencia popular es un grito de dignidad.
Deja una respuesta