Desde muy corta edad daba vueltas en su cabeza a esa frase manida entre las personas adultas: “Hecha la ley, hecha la trampa”. ¿La ley es una trampa?, se preguntaba. ¿Para cazar a quién? ¿Para librarse quién?
Con los años aprendió que esa frase era un viejo refrán y no se trataba de una trampa como las de cazar animales, sino de una artimaña para esquivar las leyes y no recibir castigo. Entendió que las trampas y la corrupción están hermanadas. Y observó que no sólo sucede con las leyes, también se trampea con los derechos sociales.

Como si fuera un chicle, se estira y se estira el ‘derecho a la propiedad privada’ hasta privatizar la propiedad robada.
Se estira el ‘derecho a la presunción de inocencia’ para justificar la impunidad.
Se estira el ‘derecho a la defensa propia’ para invadir países ajenos.
En nombre de ‘la democracia y de la justicia’ se organizan guerras. Mas no hay guerras justas, todas son crueles. Sigue la guerra en Ucrania, siguen los muertos en Ucrania y la única ayuda son armas y más armas. ¿Hasta cuándo la paz del mundo estará en manos de los que hacen el negocio de la guerra?
Se estira el ‘derecho a la libertad’ para abusar de la propia libertad con menoscabo de la de los demás. Eso, según el diccionario, se llama ‘libertinaje’.
Se defiende la ‘libertad de mercado’ para fundamentar la acumulación insaciable de bienes en manos de unos pocos. Extraña libertad que genera cada vez mayor desigualdad.
Hace cuatro o cinco siglos, Inglaterra, Holanda y Francia ejercían la piratería en nombre de la ‘libertad de comercio’. La libertad de comercio fue la coartada que toda Europa usó para enriquecerse vendiendo carne humana, en el tráfico de esclavos.
“Hecha la ley, hecha la trampa”. Dicen que es cosa de listos. Pero no está claro, pues el robo pequeño es delito contra la propiedad y el robo grande es derecho de los propietarios. Digamos que las trampas tienen categorías, se castiga abajo lo que se recompensa arriba.
El dicho “Hecha la ley, hecha la trampa” también tiene excepciones. El ‘Libre Mercado’ está desregularizado. Significa que no está sometido a leyes de control o que tiene sus propias leyes. Así, pues, no necesita hacer trampas. Se hace negocio con todo, aún a costa de los derechos humanos y de millones de vidas humanas, o a costa de la Naturaleza. Con la pandemia 573 personas en el mundo se han hecho milmillonarias y 263 millones de personas pasaron a la pobreza extrema. Para los milmillonarios la pandemia, la guerra de Ucrania y el aumento de precios de alimentos y energía ya han supuesto una bonanza de casi 500.000 millones de dólares.
Reflexionaba en todo esto, mientras observaba a su alrededor. Hay demasiados políticos corruptos, muy patrióticos con bandera en mano, inyectando corrupción en todas las Instituciones para justificar la propia. Defensores de la Constitución Nacional, que ellos incumplen descaradamente. Embaucan al público con mítines sobre principios y derechos, pero sus intereses partidistas priman sobre el bien común. En el Congreso de Diputados se tratan como enemigos más que como adversarios. Y han trucado la balanza de la Justicia, como certifica el censo de presos.
Sin querer le vino a la mente una frase del Macbeth de Shakespeare: “La vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no tiene sentido”.
Lo fantástico es que nuestro personaje, a pesar de todas estas realidades oscuras, sigue creyendo en la vida y amándola, porque la siente dentro y en su entorno. Y admira a rabiar a cuantas personas, y no son pocas, defienden la vida en todas sus manifestaciones. Esto sí tiene sentido, como lo tiene agradecer la vida que fluye del sol y del agua, las plantas que crecen, las abejas que polinizan, el oxígeno que regala la Naturaleza…
El dinero se alimenta de trampas, la vida no las necesita.
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