Hacerse la víctima es fácil
Cuenta la sicóloga chilena, Pilar Sordo, que una especialidad nacional es la de asumir que no somos culpables de nada. En verdad, es una especialidad supra nacional. La culpa siempre la tiene otro. Es superfácil asumirse permanentemente como víctima y no protagonista de su vida. Uno tiene la vida que quiere tener, uno aguanta lo que quiere aguantar. Si uno de nuestros objetivos es ser felices, si no lo estoy, yo debería cambiar para serlo.
Dos señores perdieron la vivienda. Uno iba quitando escombros todos los días, haciendo su jornada laboral. Estaba contento porque esperaba volver a construir de nuevo su vivienda. El otro, permanecía sentado al lado en una silla.
– ¿Y usted no le acompaña a limpiar esto?
– No, porque a mí el alcalde no ha venido a verme. A mí nadie me ayuda.
Uno quería ser feliz y el otro se limitó a hacerse víctima y quedar mascando rabia.
Otra historia de la Creación
Con tan sólo seis años, Carla imagina y sueña más durante el día que cuando duerme. Como una lapa adherida a su abuela no dejan de inventar en compañía. Todo vale para sus entramados imaginativos: camas, sillas, mesas, bolsas de alimentos, cubiertos, ropas… La fantasía aporta el resto.
La casa se transforma en un inmenso Centro de Servicios: Frutería, peluquería, tienda de collares, restaurante, colegio, parque, teatro, sesiones de magia… Y veinte muñequitos o mascotas de peluche, todos con nombres propios, participan en las diversas actividades. Ocasionalmente algunos adultos de la casa o visitantes reciben también invitación al juego, que es revocable al momento si ellos continúan prestando mayor atención a sus móviles.
En sus recesos, abuela y nieta crean maravillosas fábulas -volteando los cuentos de siempre, los colores, pesos y medidas…- que acaban en carcajadas o en sustos según la deriva del relato.
Aquella mañana, mientras desayunaba tostada con mantequilla, la niña sorprendió a todos con su nueva historia de la creación: “El primer día, al principio de todo, Dios creó a las abuelas”. (d.t.)
La berenjena
Hace mil años, dijo el sultán de Persia: –Qué rica.
El nunca había probado la berenjena, y la estaba comiendo en rodajas aderezadas con jengibre y hierbas del Nilo.
Entonces el poeta de la corte exaltó a la berenjena, que da placer a la boca y en el lecho hace milagros, y para las proezas del amor es más poderosa que el polvo de diente de tigre o el cuerno rallado de rinoceronte.
Un par de bocados después, el sultán dijo: –Qué porquería.
Y entonces el poeta de la corte maldijo a la engañosa berenjena, que castiga la digestión, llena la cabeza de malos pensamientos y empuja a los hombres virtuosos al abismo del delirio y la locura.
–Recién llevaste a la berenjena al Paraíso, y ahora la estás echando al infierno -comentó un insidioso.
Y el poeta, que era un profeta de las ciencias de la comunicación, puso las cosas en su lugar: -Yo soy cortesano del sultán. No soy cortesano de la berenjena. (E. Galeano)
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