Aquellas palabras estaban frescas aún: «La experiencia indica que es la amnesia la que hace que la historia se repita y que se repita como pesadilla. La buena memoria permite aprender del pasado, porque el único sentido que tiene la recuperación del pasado es que sirva para la transformación de la vida presente».
Pues, en esta sociedad posmoderna se sigue vendiendo amnesia: “Mejor olvidar la enfermedad, el sufrimiento, las injusticias, la corrupción, los crímenes… pues la vida son cuatro días”.
¿Y por qué va a ser más humano olvidar que el conocer, sentir y compartir el dolor, las desgracias o la rebeldía? ¿Se vivirá menos de esta manera atenta que con amnesia? ¿Encerrarte en el patio de tu casa te alargará la vida? ¿A quién beneficia una ciudadanía desmemoriada?

¿O será más provechoso abrir las ventanas y que entren todos los vientos, los benignos y los desapacibles, y nos traigan todos los sentires del mundo?
Y poder cuestionar los vientos demoledores. ¿Está necesitando la industria militar aliviar sus arsenales en Ucrania? ¿Es un avance humanitario que, en pleno siglo XXI, los desacuerdos se solventen a bombazos? ¿Cómo es posible que países ‘democráticos’ se planteen una guerra, tras calcular que habrá 50.000 muertos y miseria para el resto?
Y percibir los vientos desastrosos. Un mes después de la tormenta Ana, el desastroso ciclón Batsirai acabó de asolar la costa este de Madagascar. Cientos de muertos, miles de escuelas y viviendas destruidas. Más de 70.000 personas buscando refugio y un millón sufriendo hambre. Ninguna de esas personas había elegido nacer allí, como nadie hemos elegido dónde nacer.
Y sentir los vientos estremecedores. El 42% de las personas desplazadas a la fuerza en el mundo son niños y niñas. Testigos, a su corta edad, de los horrores de la guerra, los desastres, la muerte de amigos o familiares y la huida. Otros sufren abusos de todo tipo y muchos están completamente solos. Su preocupación no es con quien jugar, ni aprobar el curso escolar, ni qué comida prefiere…
Y discernir los vientos disparatados.Sólo un día de gasto militar global sería suficiente para ayudar a las personas amenazadas por el hambre en el mundo. El hambre mata a 11 personas por minuto. Mientras en occidente las televisiones aumentan sus programas y concursos de cocina y se multiplican las dietas contra la obesidad y los tratamientos de cuidados corporales.
Y valorar los vientos en contra. Que nos avisan de 30,7 millones de nuevos desplazamientos forzados por el clima registrados en 2020 (25 % más que en 2019). Y que, en 2050, más de 200 millones de personas necesitarán asistencia humanitaria anualmente por el impacto del cambio climático. Pero los negacionistas se ríen y en las frustrantes Cumbres sobre el Clima siguen imponiéndose los intereses económicos, evidenciando la irresponsabilidad de los gobernantes.
Y constatar los vientos desoladores. La desigualdad mata. La riqueza de los diez hombres más ricos del planeta se ha duplicado en este tiempo, mientras que los ingresos del 99% de la humanidad se han deteriorado a causa de la pandemia, empujando a la pobreza a más de 160 millones de personas. Una persona muere cada cuatro segundos en el mundo a causa de la desigualdad. La resignación que más indigna reza “Virgencita, que me quede como estoy”.
Así pues, bienvenidos sean todos los vientos. Mejor que entren todos y recibirlos con la cabeza y el corazón bien altos, sin miedos, pues afectan a otras personas como nosotras. Este es el mundo en el que nos ha tocado vivir. Mejor vivirlo sin amnesia. Dice ‘La chica del trombón’:
“Donde no hubiera vida iba a imaginarla con tantas ganas que en cualquier momento tendría que ser realidad. Aunque después esa realidad me moliera, me hiciese papilla y me devolviera al barro y el estiércol original. Si me negaban el mundo, yo saldría a buscarlo”.
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