
El internet moderno, la web, nace en 1989. Facebook se crea en 2006, Twitter en 2009… Y surge un extenso tejido de redes sociales que va ‘enredando’ a millones de personas.
Personas voluntarias que se tragan gustosas un cebo seductor: “publicidad por gratuidad”. Un cebo trucado que les conduce, clandestinamente, a un mayor control y a una vigilancia generalizada. Empresas privadas gigantes (Google, Apple, Facebook, Amazon…) saben más sobre nosotros que nosotros mismos. Con alta tecnología vigilan, “diagnostican” y fichan a cada individuo a partir de sus contactos en redes y mensajes.
Y así el ciberespacio se ha convertido en un “nuevo territorio”. Vivimos en dos espacios, el nuestro habitual y el espacio digital de las pantallas. Un espacio paralelo, de ciencia-ficción, que está modificando nuestros comportamientos relacionales. Eso sí, un espacio centralizado en torno a unas empresas gigantes, que lo monopolizan y de las que ya casi nadie puede prescindir. Su poder es tal, que se permiten incluso censurar al presidente de Estados Unidos.
Como sucedió con el invento de la imprenta en 1440 y sus profundas consecuencias, los cambios tecnológicos y las redes sociales están modificando muchos parámetros actuales: En la comunicación, las finanzas, el comercio, el transporte, la cultura, la política…
Hoy día existe un amplio abanico de consideraciones y valoraciones sobre las redes sociales:
Hablan del poder real de la gente con las redes sociales y de la democratización de la comunicación, otra cosa es si se usan bien y si han mejorado verdaderamente la calidad democrática, a la vista de la proliferación incontrolada y desordenada de mensajes y ruidos.
Se reconoce el papel de las redes sociales en el despertar de algunas sociedades: La “primavera árabe”, el “Movimiento de los indignados” en España, “Occupy Wall Street” en Estados Unidos, las protestas populares generalizadas en otoño de 2019… Y también su utilización con intenciones subversivas (contra Cuba, contra Nicolás Maduro, las “revoluciones de colores” en Georgia (2003), Ucrania (2004), Kirguistán (2005)…).
Las redes se consideran un espacio de libertad, al tiempo que acusan falta de civismo. ¿Las expresiones denigrantes que se dan en las redes quedan en el insulto, o es una estrategia para excluir al adversario del debate público, excluirlo por diferente? En las redes todos hablan de todo, como si todos fueran expertos en todo.
¿Por qué la crispación resulta tan atrayente en los medios y en las redes? Se tiende a simplificar en buenos y malos, los tuyos y los míos, lo correcto o lo incorrecto, lo de allí y lo de acá… Y las posiciones morales (sobre el aborto, la libertad de expresión…) se fijan desde las emociones más que desde juicios racionales. O soy devoto de lo que dices o soy enemigo. Como si no hubiera gamas grises. Un camino hacia la intolerancia, donde es más fácil insultar a los otros que entenderlos.
Preocupa la manipulación a través de las redes sociales. Ahora la verdad se ha diluido. Como si todos tuviéramos nuestra propia verdad, o, como decía Donald Trump, la “verdad es relativa”. Proliferan las manipulaciones y las intoxicaciones y dominan las falsas noticias y la desinformación. Para colmo, muchas encuestas demuestran que los ciudadanos creen más las noticias falsas que las verdaderas, porque las primeras se corresponden mejor con lo que pensamos. Nunca fue tan fácil engañarnos.
¡Impresionante mundo sin distancias y de enormes influencias! Se afirma que las redes sociales han ampliado el espacio de nuestra libertad de expresión, pero a la vez han multiplicado al infinito las capacidades de manipulación de las mentes y de vigilancia de los ciudadanos.
(Refer. Cadena Ser, A VIVIR, 21/02/2021. / Ignacio Ramonet en Rebelión, 22/02/2021)
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