
Sabemos que es un fenómeno natural, histórico y universal. Sucedió y sucede en los cinco Continentes. Hablamos hoy de casi 300 millones de personas. Se trata de migrantes. No son turistas, ni famosos, ni inversores, simplemente son inmigrantes, ‘extranjeros’, ‘sin papeles’, ‘intrusos’, ‘ilegales’…
El tema nos resulta cercano y familiar, nunca mejor dicho. Como familiar resulta el sufrimiento de esas personas.
La ONG Caminando Fronteras acaba de publicar unos datos referidos sólo a España: Un total de 4.404 personas figuran entre los muertos y desaparecidos en las rutas migratorias a España a través de pateras en 2021. Es el número mínimo datado, porque en realidad pueden ser más las víctimas. La cifra duplica los registros de 2020.
Por otra parte, se conocen públicamente las escandalosas actitudes y políticas migratorias de los gobiernos de todos los colores en el mundo. El racismo y el rechazo a los inmigrantes pobres son comunes, así como lo es su sobreexplotación.
«Detengamos este naufragio de civilización…Las migraciones son un problema del mundo… una crisis humanitaria que concierne a todos, pero de la que nadie parece ocuparse, a pesar de estar en juego personas, vidas humanas», dijo el papa Francisco en su reciente visita a Lesbos.
“Los emigrantes son desesperados, gente que se han cansado de tanto esperar y que, ya sin esperanza, huyen… Los emigrantes no se van porque quieren, sino porque los echan”, comentaba Eduardo Galeano, que de manera bella lo describió en otra ocasión:
Desde siempre, las mariposas y las golondrinas y los flamencos vuelan huyendo del frío, año tras año, y nadan las ballenas en busca de otra mar y los salmones y las truchas en busca de su río. Ellos viajan miles de leguas, por los libres caminos del aire y del agua.
No son libres, en cambio, los caminos del éxodo humano.
En inmensas caravanas, marchan los fugitivos de la vida imposible.
Viajan desde el sur hacia el norte y desde el sol naciente hacia el poniente.
Les han robado su lugar en el mundo. Han sido despojados de sus trabajos y sus tierras. Muchos huyen de las guerras, pero muchos más huyen de los salarios exterminados y de los suelos arrasados.
Los náufragos de la globalización peregrinan inventando caminos, queriendo casa, golpeando puertas: las puertas que se abren, mágicamente, al paso del dinero, se cierran en sus narices. Algunos consiguen colarse. Otros son cadáveres que la mar entrega a las orillas prohibidas, o cuerpos sin nombre que yacen bajo la tierra en el otro mundo adonde querían llegar.
¿Qué nos está pasando…? ¡Son personas como tú y como yo!… y ninguna persona es ilegal.
A pesar de las palabras del Papa Francisco, son muchas las personas de comunión diaria que no comulgan precisamente con ellas. Deberían imponerse como oración diaria la canción de Rafael Amor No me llames extranjero. Que ya creo haber colgado alguna vez en esta misma pagina.