El ser humano es capaz hasta de engañarse a sí mismo.
Dice Safran Foer que el ser humano es capaz de aceptar una realidad y sin embargo ser incapaz de creerla. Es una situación paradójica. Puede admitir que el planeta se va al garete pero no asumirlo. Trump y Bolsonaro fingen no saber lo que está pasando, aunque el 97% de los científicos del clima están de acuerdo en que el planeta se está calentando por causa de la actividad humana y que los resultados pueden ser catastróficos. Los datos pueden ser muy ciertos y graves: que la ganadería es responsable del 51% del gas invernadero que se emite anualmente, que un tercio del agua que empleamos los humanos se destina al ganado, que en Estados Unidos consumen dos veces más proteínas que las recomendadas, etc., pero se pasan por alto los datos tranquilamente. Cuán contradictorio y absurdo es el comportamiento de muchos humanos. La situación es preocupante, pues a quien está dormido le das un poco en el hombro o le mueves y se despierta, pero no puedes despertar a quien se hace el dormido.
Otro ejemplo a mano: la pandemia COVID. Ha llegado desbocada la segunda ola antes de terminar la primera y tampoco acabamos de creerlo, siguen los espectáculos bochornosos: pulsos entre quienes priorizan las intervenciones para controlar la pandemia y quienes prefieren medidas de recuperación económica; profesionales sanitarios agotados clamando por la falta de medios y el descontrol, mientras sus autoridades presumen de disponer de medios sobrados y tener controlada la situación; cientos de miles de personas mayores y no tan mayores fallecidas en soledad, en tanto que líderes políticos subestiman o se burlan de la pandemia; medidas sanitarias respaldadas por expertos, las cuales son objeto de mofa y rechazo en nombre de la ‘libertad individual’; peleas partidistas de políticos irresponsables que obvian la gravedad de la situación, no aplican los medios prometidos y sumen en la confusión a la población; multitud de ciudadanos/as, de periodistas, de políticos… sentenciando como expertos, y a la vez incumpliendo las normas elementales sanitarias establecidas; etc. Mientras tanto, es el coronavirus el que se ríe de la gente y no al revés.
Paradójicos seres humanos: Con prisas quieren llegar a la normalidad de sus hábitos de siempre y ni siquiera se enteran de que con vacuna y sin vacuna, “los que creen que podemos volver a la normalidad como antes se equivocan” (OMS). También se soñó en Occidente, durante la anterior crisis del 2008, con volver al pasado “Estado de Bienestar” como si realmente fuera posible y extensible a toda la población semejante modelo de desarrollo y consumo. El ser humano continúa haciéndose el dormido. La OMS repite una y otra vez que el origen del coronavirus no es algo casual y aleatorio, sino consecuencia del grave cambio climático derivado de no respetar el medio ambiente y contaminarlo. Alteramos la naturaleza, modificamos el hábitat natural de los animales y la biodiversidad, nos comemos la propia contaminación, incrementamos la desigualdad entre humanos y su acceso a recursos elementales y, encima, nos sorprendemos porque la naturaleza ha dicho basta. Oímos pero no escuchamos las constantes advertencias, la COVID es una más. Y nos negamos a aceptar que nuestra guerra contra la naturaleza es una guerra suicida. ¿Qué necesitamos para reaccionar? ¿Tampoco es suficiente una pandemia mundial zoonótica, que ha encerrado a la población en casa, ha provocado más de un millón de muertos y hundido nuestras economías? “Necesitamos detener este ciclo mortal”, dijo el Secretario General de la ONU.
Con más o menos atención escuchamos los mensajes, pero ¿qué…? ¿hacia dónde miramos…?
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