De entrada, me lo dijeron claramente: “Este tema no le interesa a nadie, puedes ahorrártelo”.
Yo sé que sacar a relucir el tema de la vejez no tiene audiencia. Es curioso, todo el mundo quiere llegar a viejo, pero nadie quiere serlo.
Me gustaría brindarles aquella preciosa frase de Ingmar Bergman: “Envejecer es como escalar una gran montaña; mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y serena”.
Así que… yo a lo mío.
Finalizando mis habituales estiramientos, tras hora y media de ejercicios y carreras, me crucé con un viejito caminando lentamente apoyado en una caña; cojeaba levemente de su pierna izquierda y miraba constantemente hacia abajo. Me detuve a saludarle… Me recibió con una sonrisa.
– Buenos días. ¿Qué?, ¿dando un paseo?, le dije.
– Buenos días, muchacha. Aquí caminando un poquito,…esto es muy bueno.
– Lleva una caña estupenda…
– Sí, me la encontré hace poco en una cuneta. Aquí, de la punta estaba algo rota, pero le puse esta cinta y quedó fenomenal. ¡Es mi compañera…!
Fíjate, una caña cortada es como un viejito…Un poquito torcida y con vendas, necesita ayuda de alguien para mantenerse en pie y siempre se apoya en el suelo. Pero ya ves, también ayuda a algunas personas para caminar. Por eso te digo que la caña se parece a las personas viejas.
– Qué cosas se le ocurren a usted… Por cierto, he visto que camina mirando hacia el suelo…
– Es hacia donde más miro, para abajo. Nunca había mirado mis pies tanto como ahora. Para el cielo apenas miro, porque me cuesta levantar la cabeza. A media altura sí miro de vez en cuando; mirar a lo lejos, al horizonte, siempre me da esperanza. Pero a donde más miro es al suelo, porque es de donde puede venirme el peligro.
– Hace muy bien, porque a su edad cualquier caída puede traerle complicaciones.
– Tienes razón. Ya sabes lo que suelen decir: que es mala cosa llegar a viejos. La verdad es que es peor no llegar, ¿no crees?
Pero esa frase tiene mucho sentido. Llegar a viejos tiene su carga…Tú sabes que la vejez no cotiza socialmente. No hay más que ver la cantidad de dinero que se gasta la gente para disimular sus años y parecer más jóvenes. Se tiene auténtico pavor a envejecer…
– ¿Cómo dice usted estas cosas…?
– Porque se ve todos los días. Mira, hay cosas que se ven que son verdad y otras que no. Que el sol alumbra para todos, lo vemos todos los días. Que la justicia es igual para todos, eso vemos que no es verdad, tal vez porque la justicia tiene intermediarios, y los intermediarios cobran.
Y luego pasa también como con los viejos y otros marginados, que mucha gente nos mira, pero no nos ve, somos un poco invisibles…
Hay compañeros más pesimistas que lo interpretan de otra manera y dicen que el verbo más apropiado para los viejos, se diga en voz alta o no se diga, es el verbo ‘estorbar’. Dicen que, aunque los hijos sigan queriéndonos, en verdad nos convertimos en un estorbo. Y sobre todo ahora, con el ritmo frenético de vida que se lleva y las complicaciones que existen por todas partes…
– Va a hacer usted que me ponga triste…
– Perdóname, por favor. Me pongo a hablar y muchas veces digo tonterías…
Te estoy profundamente agradecido de que hayas querido parar a saludarme… No te puedes imaginar lo que esto significa para mí…
Mejor te hablaré de una encantadora nieta que tengo…Tenías que verla, tan pequeñita, quitándome la gorra y volviendo a ponérmela con todo el cuidado del mundo en la cabeza. Y siempre termina con una sonrisa… ¡Eso sí que es un verdadero canto a la vida, a la gratuidad…!
– Se le hace la boca agua… Hasta los ojos le brillan más ahora…
– Gracias. No sabes, muchacha, cuánto voy a recordar este rato a lo largo del día… Muchas gracias, y que sigas muy bien…
Fue la despedida. El viejito no sabía que yo también iba a recordar este breve encuentro,… También yo le estaba muy agradecida. Y sigo convencida de que la vida nos enseña mucho más que los libros.
En el fondo sabía que este viejito tenía mucha razón: la vejez representa todo eso que nos da miedo, la pérdida de la juventud, de la belleza, de la fuerza… Y que, efectivamente, las personas ancianas se convierten en estorbo para nuestro estilo de vida actual.
Quizás por eso se sienten más solos y la solución la encuentran en aquello que García Márquez contaba en Cien años de soledad: “El secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad”.
Decía, Teodocio Potes, en la primera estrofa de su poema “Cuando los viejos son estorbo”:
Viejos mis huesos y mis sueños
viejas mis carnes e ilusiones,
pobres mis fuerzas e intenciones,
mas no pobres por viejo
mis profundas convicciones,
como esa que defiende la conciencia
de no ser inútil y tonto por lo añejo,
de no ser estorbo para los demás en sus acciones.
Mirada Solidaria.es
Deja una respuesta